Monday, November 07, 2005

Apertura de dama. Otoño de 2005

Camino hacia el empleo. La cabeza baja, mirando al suelo. Los bolsillos que calientan mis manos frías, presagio del incipiento otoño, con su siniestro cortejo de luces apagadas y sombras de futuro. El vaho se pega en los cristales de los comercios aún cerrados; los pasos entumecidos, las banderas cubiertas de escarcha, y un no se qué de tedio que invade la ciudad de este rincón del mundo donde la gente calla y los viejos mueren de tedio. Oigo mis pasos: dichoso el hombre que oye las pisadas monótonas sobre los muros de las casas conocidas, dicen. Pero estos muros de adobe y estas flores resecas, estos faroles apagados y estos transeúntes conocidos son sólo sombras, que acaso después de la muerte vuelva a encontrar en un purgatorio no deseado. Me hablan de la muerte como si nunca viniera a rendirnos visita: está al acecho, aguardando el alma débil de un suicida, el carcoma progresivo de un moribundo, las cuadernas desgastadas de un corazón agotado.

¿Cuál es la esencia de nuestra vida? El acto de repetición de los mismos pasos; la destartalada mecanización de los humores corporales; el inconsciente ejercicio de sistematización de las costumbres. Caminar errabundo en una existencia marcada con apenas los trazos pobres de una sinfonía sin armónicos. Mirad, amigos y hermanos, vuestra sombra en el espejo de la vida. Y si esos ojos reflejados son tristes y vuestras arrugas aparecen marcadas a gubia ferruginosa, oíd la voz intuitiva que sale del piélago del alma y que os anuncia el apocalipsis del mañana. Silencio, horror, desgana y hambre de luz.

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