Tuesday, November 22, 2005

Espejos

Recuerdo un espejo veneciano, forrado de un plomo que se iba descomponiendo. Mi rostro reflejado tomaba la aparienciade una pintura clásica: ojos suaves, contorno perfilado con sutiles líneas; mejillas dulces, rubicundas; cabello abundante, agitado, enmarcado en una barba arrogante, caballeresca. Una pose libresca y valiente.

El segundo espejo se hallaba en un Café decimonónico. Mis facciones estaban hinchadas por una muesca de placer y falta de voluntad, cargadas de la pesada conciencia de la voluptuosidad a flor de piel, del vicio sin ambages, de la sexualidad enferma. Miraba como si mis ojos fueran un estilete agudo que fuera a perforar la intimidad del otro.

El tercer espejo despierta mis sueños por la mañana. Mi rostro está cansado, abotargado, hinchado por el reflejo de las pesadillas. Frente a él soy más miserable que nunca. Cuando muera, desde el espejo de la vida, reflejaré unas arrugas miserables y unas facciones duras. Retornemos pues, a los clásicos, quizá porque en ellos los defectos se dulcifican y las faltas se maquillan.

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