Sunday, April 30, 2006

El amor recobrado

Ya no es la misma mirada, ni las mismas manos que un día entrelacé temeroso y esperanzado. El beso de retorno no me sabía a la sabia nueva de entonces, ni volver a mirarla me descabalgó el alma y me alteró la sangre, como por entonces era frecuente en los años brumosos que se disiparon en el laberinto informe de la vida descubierta. Más bien venida como una aparición no deseada, volvió a hacerme familiar sus acentos, sus olores y sus quejas; pero el paso inexorable de las horas, de los meses y los días, me habían enterrado esa pasión absorbente y presurosa, instalándose una especie de madurez serena y sosegada. Ya no me importaba que mi mirada estuviese contaminada, ni que mi memoria me trajese agravios y desencuentros. Comencé a escucharla sin prejuicios, a mirarla sin predeterminar aquellos que deseaba ver; poco a poco me fue cautivando su anodina sonrisa, su desvelada serenidad, su heroísmo sin ambages. Y olvidé a aquella mujer del antaño, plagada de impresiones fulgurantes y voraces; me instalé en la comodidad y el sosiego de los viejos, y desde entonces, estoy comenzando a amarla con el dulce aburrimiento de lo visto. Y está ya tan metida en mí, que adoro la anodina vida, el tedio cotidiano, los besos ya conocidos. Y espero esa muerte inevitable entre sus brazos cansados y mi idealismo enterrado.

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