Tuesday, April 25, 2006

El Moldava

Volví a ver a Teresa desde el asiento del tranvía, cuando observaba el Moldava y de pronto su abrigo rojo me separó de la visión del agua clara que se reflejaba en los puentes. Habían pasado cinco años desde la última vez. Sin preguntarme por las circunstancias del secreto encuentro de mis ojos con su figura, la ví intacta, como si su expresión se hubiera congelado. Llevaba los labios pintados, los tacones rojos de la primavera y el pelo suelo siempre con aquellos pasadores de niña buena que le pegaban el pelo y le ondulaban los mechones negros, que aquella mañana se agitaban bajo el aire gélido de Praga. Mientras se alejaba el pesado cuerpo herrumbroso del tranvía, aún tuve tiempo para mirarle a los ojos, que coincidieron con los míos para volverse a separar y dirigirse a algún punto inconexo, sin reconocer que era yo, el yo vivo y de siempre, conservando intacta esa fascinación que me ejercía mirarla con atención cuando dormía, o llorarle en las manos cuando sus besos me dejaban paralizado. Atravesó la calle, sonrió a un niño que se le cruzó jugando descuidadamente y se perdió en el puente de San Carlos para siempre. Antes de que llegase a mi destino, me penetró el perfume íntimo de su cuello dormido.

Alguien me contó que una mujer mujer de tacones rojos fue vista en Hradcany, sonriendo a las palomas y mirando con tristeza los trece puentes de Praga, como esbozando la última mirada que precede a una despedida.

1 Comments:

Blogger Ali said...

Me gusta esto que has escrito, por los detalles que das a tus descripciones. Gracias por entrar en mi Blog, pero no esperes demasiado, pues aún soy jóven y no tengo un vocabulario tan amplio como tendré en un futuro. Nos vemos, yo también te leeré.

2:05 PM  

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