Thursday, August 10, 2006

El Ángel

Fué herido en acción de combate el 15 de septiembre de 1915, frente a las baterías alemanas que defendían el flanco derecho de la posición de Vicomte en el frente de Verdún. Si bien el impacto era de trayectoria limpia -una bala de plomo incrustada entre el vértice de Scarpa que no habia perforado la femoral en la cara interna del muslo derecho- fue inmediatamente trasladado al hospital de campaña de Compiégnes, cerca de Arras. Durante veinticinco días se debatió entre la vida y la muerte, sufriendo espasmos incontrolados, delirando como un poseso, rechazando el alimento cuidadosamente admisnistrado, hasta que ella apareció una tarde lluviosa, vestida de blanco, con unos ojos vivos ribeteados por una dulce línea lapislázuli:

- Tómate, mi bien, esta sopa caliente. Déjame que te acerque la cuchara y basta de comportarte como un niño travieso. Hazme caso. Venga, acerca la cara y abre la boquita ¡eso es, muy bien!...

Brigand Bréssot se dejó llevar. Acaso se debieran a sus manos delicadas, suaves, surcadas por múltiples líneas de vida; o quizá se debiese a su pelo abundante, recogido en una coleta superior ¿o más bien sería esa voz delicada, apenas susurrante, llena de tonos cálidos, que salía de su boca precisa y levemente sensual? Brigand Bressot ansiaba el día de la recuperación, aunque, de forma creciente, sintiese que un vapor oscuro le subía por el vientre, invadiéndole las entrañas, impidiendo una respiración normalizada:

-¿Moriré?
- No mi niño, no seas bobo.
-¿Me darás un beso sin me voy de este mundo?
-Anda, cállate. Además, antes de besarme debes presentarme a tu madre, -le dijo sonriendo la enfermera de sus sueños.

La observaba cuando por la mañana hacía las camas, administraba las medicinas y acariciaba a los enfermos. Le habían contado que era española, aunque, en una conversación robada, supo que había bailado danzas orientales en Java y Sumatra, estableciéndose en Madrid. Imaginó que, por un azar del destino, habría recaído en la Gran Guerra para aliviar el sufrimiento de los heridos. Bressot pensó que su sufrimiento se haría mayor si ella no le amaba.

-Eres un ángel, me estoy enamorando de tí.
-Cállate, bobo, y déjate de tonterías. Además, todavía no me has presentado a tu madre...

Fue el penúltimo ddía de estancia en el hospital. Bressot se hallaba engangrenado, comido por la fiebre, crecientemente deshauciado por la vida. La vió en un estertor de lucidez, sonriendo como un ángel, susurrándole locuras con esa voz meliflua y galante. La imaginó vestida de blanco, coqueta, ataviada con un pañuelo naranja vaporoso y amplio, con sandalias orientales repletas de esas lentejuelas de las bailarinas de oriente.

-Oh Ángel, mi ángel...

Madame Brissot acudió al hospital de Compiegne el 30 de septiembre de 1915, alarmada por las incesantes cartas de su hijo herido en campaña:

-Soy Madame Brissot, enfermera ¿Dónde está mi hijo?
-Acaba de morir, señora.

Encontraron en la mano crispada de Brigand una carta:

"Madre, date prisa, dirígete inmediatamente a la enfermera española, y te presentas convenientemente. Cuando termines de hablar con ella, dile que he cumplido con mi parte, y que venga a besarme como habíamos convenido. Date prisa, sé que voy a morir ¿a que es un ángel, madre?