Sunday, January 21, 2007

El desierto

Si me hubieras querido hoy, me habría levantado abrazado a tí. Hubiéramos preparado un café intenso. Acaso ansiosamente tocados por la furia de un placer efímero estoy seguro de que habríamos fumado algún cigarro furtivo. Estarías tomando un baño, yo aprovecharía para comprar el periódico; el día estaría desplegando un luminoso cortinaje de luz, te habría cogido de la mano para pasear. Alguna cerveza, quizá planes para la tarde ¿comer fuera? ¿tomar el café en la terraza? Quizá, probablemente, habríamos optado por apoltronarnos en la cómoda estancia del salón, donde cuelgan tus flores y tus lienzos. Y allí, viendo pasar las horas, la intensa monotonía del amor complaciente nos habría invadido estúpida y dulcemente.

Pero no estás aquí, junto a mí. En esta amarga mañana de un día cualquiera, mis sueños suben al techo y como las pompas de aire, estallan en nada. Es una nadería inmensa, como un desierto cuyo horizonte permanece fiel al yermo paisaje infinito

Sunday, January 07, 2007

Pese a tu ira

Pese a la ira que volcaste sobre mí, prevaleció en lo más hondo de mi intimidad la sensación de que, desbordada por los acontecimientos, tratabas de forjar una actitud que no era tuya. Tus ataques de baja intensidad tan permanentes me revelaban un oscuro y denso mar de amargura que te atormentaba y al que sólo podías darle una salida violenta. Que mejor pretexto que volcarla sobre el amor, como una magma ardiente, para destruir y arrasar en su violenta carrera todo vestigio sensible. Ya sé, amor mío que, impulsada por la desesperación de una esperanza enterrada, sólo fluías con temores, amagando con fugas, destrozando con indiferencias, asesinando con frialdades cómplices... mas ese lenguaje que comenzaste a hacer progresivo cada vez que su trozo de sábana se enfriaba te fue engullendo también a tí misma, y ya no eras tú ni con las migajas que me dabas ni tampoco con las pasiones cortas que vivías en su alcoba. Acostumbrada a mendigar amor en un encuentro esporádico y a vomitar sus terribles consecuencias conmigo, te fuiste enervando sobre tí misma. Repleta de accesos eufóricos y silenciosos, comenzaste a fabricar un pie en la melancolía, y sobre ella, fieramente apuntalada, negrificaste el mundo, haciéndolo insoportable e inviable. Pese a todo, cuando la sonrisa te embargaba y recordabas las pavesas aún calientes de nuestro amor, te veía, como un milagro mil veces repetido, recuperar la ternura primigenia, el beso dulce, la caricia espontánea, y yo clamaba y apelaba a tu alma para restaurarte, íntima, sencilla y pura, sobre el altar del templo que adoré un día. Amor contra amor fue batalla perdida; me despreciaste en el alma, en la alcoba y en los besos; me cubriste de cemento gris y me mandaste con frialdad de plomo al abismo del olvido. Pero, amor mío, hoy por hoy, sigo enamorado de aquellos primeros días, de aquella sonrisa de plata, de aquella iusión de niña de los cuentos, de las promesas al calor del alma y de esas manitas que rezumaban calor, calor de abrazos, calor de la vida que comenzaba a estallar en nuestros besos, perdidos irremisiblemente en el umbral de la quebradiza memoria.