Wednesday, September 20, 2006

Alice disparue

Se había asentado cómodamente en una cotidianeidad de reproches contestados, desplantes permanentes, desapasionados encuentros que me martilleaban el alma y me producían un hondo sopor amoroso. Yo intentaba por todos los medios conquistar su atención, reconstruir en su ánimo una pasión apenas yerma; en cada intento me tropezaba con la eterna mezcla de sus pretextos de conducta miedosa e hipersensible. A veces, cuando sus temores se disipaban y afloraba una especie de inteligencia desbordante, creía encontrar el eslabón perdido de los primeros momentos que precedieron a mi absoluta caida en el amor. Pero bastaba que alguna circunstancia externa plegara y mermara su delicadeza para que, pensativa e impotente, volviera a sumergirse en la manía ajena y la indiferencia a los actos de amor cotidianos que apenas buscaran un beso, una caricia, una sonrisa cómplice. Comencé a buscar pretextos a su conducta, a llenar las horas de amor petrificado con proyectos y quimeras. Pero Alice perseveraba en su ensimismamiento, crecientemente hostil al mundo, imposible de darme la mano caliente del amante puro. Me separé, objetiva y dolorosamente. Pero en el fuero interno de los secretos latía un sentimiento pétreo, indestructible, que me hacía tender hacia ella, mientras por otro lado los hechos veraces me presentaban una existencia que moría, una llama que vivamente se apagaba. La confusión entre amor y costumbre terminó por perturbar mi espíritu, deseoso de ella y de un futuro milagro de recuperación vital.

Decidí romper la relación y continuar un camino inédito. A cada paso su recuerdo afloraba puramente, como un agua fresca que renovase mi dolor apenas húmedo. Amé a otras mujeres cuya pasión mortecina reavivaba con fortaleza de piedra su recuerdo indestructible, más firme que el mar y más claro que un crepúsculo. Me visitó, me rogó y me imploró. Por entonces surgió de ella una dolorosa convicción de lo pasado seguida de un firme propósito de volver a mi lado. Mi confusión me remitía al rechazo mientras el corazón clamaba por un reencuentro. Como una heroína de ópera, llamaba a mis puertas mientras yo rechazaba los golpes de un alma arrepentida. Su postura moral me sobrepasaba mientras mi creciente egoísmo me engañaba con la moribunda esperanza de otros amores.

Cierto día, bajando al piélago de mi confusa alma, decidí volver a verla. Me clamaba el corazón, el cuerpo y la memoria devuelta. Justo cuando atravesaba el porche de mi casa y aprestábase el carruaje a salir de la bóveda del umbral, recibí una nota de su familia comunicándome la noticia de su muerte.

Alice fue el castigo moral de mi conducta tambaleante. Ahora, mi Amor, que has desaparecido, me has dejado sin aliento y sin vida, desaparecida para siempre.