Saturday, December 24, 2005

Tenho saudade de mim

Amar el silencio, dejar que flote sobre el espacio como una soledad sonora, invadiendo el piélago del corazón en suspenso. Salir a la calle enmudecido, absorbido por una realidad íntima, ajena a las injerencias. Estar sentado en la tarde de calor sobre una atmósfera de luz intensa, observando cómo las partículas del polvo yerran caóticas, y sentirse en levitación informe. Querer vivir en esta prisión del alma sin voz y sin timbre humano, dejándose ensimismar por el estruendoso crepitar de las voces que no llegan. Estar sumido en el silencio, sentir que algo dentro ha muerto, que las palabras se escapan, que no hay nada más allá que la luz de la intuición primigenia, nuestro juez interior, ese que nos dicta y nos condena. Vivir para no decir nada; en el fondo, oscura tiranía de la inmersión en la tristeza. Saudade. Magoa.

Monday, December 19, 2005

La vieja ciudad del Sur

Paseo por el laberinto de la vieja ciudad del sur. Es un decorado de ópera trágica, con balcones repletos de enredaderas y rejas robustas. Huele a azahar y a jazmín, desplegados tempranamente por una primavera aún lejana. Columnas de piedra embutidas en las paredes bajo el crepúsculo iluminado por fachadas carmesíes y blancos puros. Se oyen mis pasos, chocando con la imperceptible capa de piedras incrustadas en el pavimetno y bloques tallados que aún llevan la marca de los canteros. Cuando llega el verano, se pueden oír los ronquidos, los lamentos y los vacíos de los desesperados mientras se pasea. Aún hay gatos que saltan de un tejado a otro, y calles donde algún personaje de leyenda parece haber nacido. Hay fantasmas, buenos y malos. Mujeres muy viejas barren las aceras de las puertas de sus casas antiguas, donde se despliega el hinojo, el clavel y las rosas de injerto antiguo. Aún se reúnen por las tardes en los salientes de las puertas, para ver pasar a la gente. Todavía persevera un embrujo de antañó, propagado por los faroles de iluminación comedida. Hay, encerrados en estos muros, una suerte de tiempo que ya no pasa. Herrumbres nobles, blasones severos, frontispicios con sentencias latinas, guadamecíes, persianas de esparto y ese dulce y permanente rumor del agua que cae en las fuentes de los patios porticados. Es el sur, avejentado y señorial, que se resiste a morir de olvido. Ay, el olvido.

Wednesday, December 07, 2005

El tedio

Los sueños se me desvanecen. Miro alrededor como un alienado, identificándome con nadie y sintiéndome un extraño perpetuo de las cosas y los lugares. Cuando miro esas horas del crepúsculo dorado, esa luz brillante me ciega y me distancia de los que ven la claridad del mundo y las sonrisas perpetuas. En el crudo invierno de mi vida ya está muriendo un poco esa esperanza que debería nacer con los días. Cuando el corazón ha sido abandonado, construir quimeras es imposible y menos aún caminar adelante con la estúpida presencia de una futura sonrisa. No hay sonrisa porque no hay alma, robada a bocados por los errores propios y la codicia ajena. Me resta no sucumbir en el blanco campo de la helada, o en el abrasador infierno de esta vida sin horizonte.

Tuesday, December 06, 2005

La vieja señora

Se acerca a tí cuando estás tomando alguna copa en un velador céntrico, en alguna mañana donde la gente viste de domingo y las calles bulliciosas están ensimismadas en ese sopor especial de un día festivo. Sus manos sarmentosas te muestran un bolígrafo, un muñeco de plástico, un encendedor de colores, pañuelos de papel. Apenas saca un hilo de voz; debe rondar los ochenta años. Su cara avejentada y curtida por la tórrida paliza de la vida sin cuartel se le torna triste, taciturna, casi avergonzada de un oficio infame y fuera de lugar en una especie de siniestra carcoma viviente. Vestida con una bata desvencijada y digna, te clava sus ojos y con ellos la rotunda protesta de la infamia cebada sobre su pelo alborotado y sus tobillos hinchados por el reuma. Las camareras le ofrecen agua, los transeúntes le entregan el dinero si aceptar nada a cambio . Yo la veo por las tardes, sentada en una mesa, devorando con dignidad un bocadillo ofrecido de la caridad espantosa de los bares. Una voz lúgubre y asquerosa se levanta de los corazones humanos para clamar por una mano que la lleve de un regazo... vana esperanza. Por las mañanas ya espera sentada en la marquesina del autobús, doblada por la espalda quebrada. Por la noche aún recorre las calles. Aparecerá algún día muerta por el cansancio en el banco público de la enésima plaza de la ciudad que en el fondo le da la espalda.

Somos todos culpables de su vida y de su muerte. Que el Dios que exista le de una vida plena, allá donde las dimensiones del espíritu se alcen, para que olvides, vieja señora, las repugnantes caridades y las sonrisas hipócritas.