Saturday, June 24, 2006

Kamala

Kamala había nacido en lo alrededores de Bamako. Hija de casta real, princesa Malinke por derecho, jugaba de pequeña en las desiertas estepas de arena, trepando los Arus y sonriendo permanentemente. Tuvo una infancia de ceremonias, especias y vientos purificadores, hasta que una guerra tribal la deportó prisionera hasta las etnias enemigas de la costa, donde fue vendida como prisionera a unos occidentales. Camuflada y silenciada con la amenaza permanente de la muerte, fue conducida hasta los suburbios de Marsella, donde fue obligada a la prostitución y al humillante trato de los mercantes de medio mundo. Encorsetada en una pared de cal blanca, vestida con colores llamativos que resaltaban su piel dulce y mermada, fue víctima largos meses de una degradación si precedentes hasta que decidió escapar. Con ayuda de unas cuantas compañeras logró reunir dinero suficiente para trepar por los muros, escapar del infierno y presentarse en una carretera por la madrugada. Alguien de gran corazón paró y la subió. Sin hacer preguntas, el conductor buscó un hostal, pagó una habitación doble y la albergó en la cama limpia, consolándola entre signos no verbales y promesas de respeto que cumplió a rajatabla. Días después, Kamala, la princesa Malinke, cruzó la frontera española con miedo y esperanza. Anduvo sólo por las noches, tomando precauciones para escapar de la policía; se alimentó de hierbas y durmió a la intemperie, rememorando los dulces tiempos del pasado quebrado. Al sexto día, casi inerte, cayó deolada en la verja de una casa de campo vieja y limpia. El ruído de un extraño jadeo alertó al inquilino, que salió muerto de miedo y la tomó, pasado el susto, entre sus brazos. Aquel desconocido curó sus heridas y le ofreció alojamiento indeterminado. Los días pasaron y Kamala no supo separarse de aquel hombre. Porque él era distinto: le sonreía por las mañanas, le traía siempre alguna flor cogida de algún parque y compartía con ella el silencio y la sensación de ser dos excluidos en un mundo ajeno. Poco a poco acrecentaron un cariño creciente y se enamoraron en silencio, sin existir de por medio las palabras, casi ciegos de mirarse.

Apenas hablaban la lengua de adopción, pero se entendieron para siempre. La princesa y el héroe venido del Este acabaron uniéndose en un juzgado, rodeados de una extraña y pintoresca mezcla de invitados de todas las razas del mundo:

-Kamala ¿tomas por esposo a Vaniek?
-Vaniek ¿tomas por esposa a Kamala?

Y así fue como el ingeniero nuclear que cortaba carne en un hospital y la princesa subsahariana se unieron, como si el destino sonriera siempre sin encontrar un momento para el desánimo.

Saturday, June 17, 2006

Vaniek (I)

Se había levantado temprano. Se aseó convenientemente, escogiendo entre las dos corbatas que tenía la más clara. Del único traje extrajo la cartera vacía, que sólo contenía documentos. ´Tomó los zapatos entre las manos y los pulió con los últimos restos de betún. Desayunó apenas un par de trozos de pescado del día anterior, con algo del té reutilizado. Salió a la calle con su pobr4e aspecto de deshauciado. Por doquier, la gente opulenta exhibía sus abrigos suntuosos, sus automóviles flamantes. Le quedaban diez monedas.

En la oficina de empleo le preguntaron la filiación, el nombre, la formación académica: mordiéndose la lengua, la funcionaria maquillada anotó con letra menuda la profesión de ingeniero nuclear. Había dos ofertas: limpiador en las oficinas centrales del Ministerio de Hacienda y carnicero en el restaurante del hospital. Escogió el segundo.

Sunday, June 04, 2006

Lacrimae

Te miro mientras duermes. Concentrado en la visión de tu cuerpo de aparición deseada, aprieto las manos hasta hacerme sangre. Me vinieron los recuerdos del infierno de nuestra separación, de la crueldad vertida sin motivo cuando hicimos leña del árbol caído de nuestro amor. Me ví corriendo por las calles como un loco, buscándote una y mil veces en los cuerpos ajenos de otras mujeres. Me ví tirado por las calles, apestando a alcohol, con la camisa desabrochada, mirando el sol que amanece como un presagio contrariado. Me ví engañándome en otras alcobas, besando labios que terminaba por repugnar nada más tocar. Me ví al borde de un precipicio, tirándome al vacío de una vida sin colores.

Volviste, abriste la puerta. Me esperaste heroicamente, sin reproches. Me desabrochaste el alma y la tomaste en tus manos, limando las impurenzas que había acumulado. Con tu sabiduría premonitoria tomaste mi cabeza en tu hombro y la acariciaste como una madre milenaria, consolando al hombre derrotado y al niño renacido. Plugo al cielo para no separarme nunca más de tí, sólo deseando exculpar la pena de no haberte tenido aún más tiempo.

Ven, amor mío, despierta, que el día se avecina hermoso y ya el sol no ilumina ya malos presagios.