Sunday, May 28, 2006

Partir

Me desperté y observé mi cuerpo dormido. Mi pecho se movía bajo una suave flexión. Las manos se hallaban crispadas sobre la sábana. La luz filtrada repartía haces de luz y franjas de sombra. Entonces ví mis sonrisas, mis frases hechas para impresionar a los neófitos; ví las mentiras, las falsedades y el silencio de mí mismo allí mismo, ante un cuerpo sumergido en el sueño. Un cortejo de rostros poblaron la habitación. Allí estaban los amores, los amigos, los que pasaron por mi vida con la más despreciable trayectoria. Sobre mis miembros, y sobre mi torso desnudo, estaban los tactos dejados, los besos agónicos, los rechazos y los achaques. Me separé de él definitivamente, y me fui a vivir otra vida, abandonándole como quien abandona un recién nacido fruto de sus propias entrañas.

Saturday, May 13, 2006

La vuelta

Tocaron al timbre. Al abrir la puerta, reconoció a su hija mayor, que parecía no haber cambiado mucho desde la última vez que la vió. Pasaron al salón, donde estaba el resto de la familia: la madre, como siempre, atenta y solícita, que, como siempre, acudió a prepararle el baño caliente para que él mojase sus pies cansados. Ya correteaban a su alrededor los dos hijos pequeños: la niña coqueta y sonriente, tal como la vió no hace mucho tiempo de su partida; el benjamín serio y alocado, resistiéndose a mostrar los sentimientos de ira por la larga ausencia. Echó una ojeada al correo acumulado. Algunas facturas, dos sobres con publicidad engañosa.

Comieron en silencio, con el televisor encendido. La madre, de vez en cuando, cogía su mano, estrechándola, ahogada en un sollozo constante que él trataba de calmar. Los niños marcharon a la calle, donde les esperaban los juegos infantiles. Durmieron juntos, abrazándose en silencio:

-No llores, mi amor, ya estoy aquí de nuevo.

Pasaron la tarde viendo fotos del álbum viejo, hablando del largo viaje sin alusiones claras, dejando entrever qué había visto y cómo era el mundo que había enfrentado atemorizado y valiente. Tomaron café. Dos cucharadas repletas de azúcar, como le solía gustar. Le llevó de la mano hacia el balcón. Abrazada a su espalda, contempló muy pegada a él la caída del crepúsculo.

Llegada la noche, le dió dos besos de despedida y puso el dedo en sus labios de carmín, impidiendo que hablase. Le acompañó hasta la puerta y le pidió que se abrigase, pues hacía frío.

Cumplió entonces él su promesa hecha ante el lecho de muerte:

-Volveré un día, mi amor, después de muerto, para verte una vez más.