La Maga
La Maga había muerto. Durante cuarenta días y cuarenta noches velaron su cuerpo, amortajado con una sábana negra. Los gallos enmudecieron y las campanas quebraron. Los niños nacían con estigmas y las vírgenes del pueblo comenzaban a morir con una sonrisa grotesca. Por aquel entonces el loco del pueblo calló para siempre, y durante las madrugadas una creciente sombra recorría las calles. Al cabo del final del duelo, la maga despertó. Cayó su sudario y la venda que le ataba las quijadas:
-Dentro de una semana todos los machos jóvenes que no sean hombres habrán de morir de fiebre negra.
El pueblo dirigió plegarias, entonó salmos y llenó la tumba de la maga de cirios ardientes y crespones de colores. Pero al cabo del tiempo señalado, encontraron el ácido sabor de la guadaña. Las madres desesperadas de los machos impúberes se golpearon el pecho y arrojaron tierra a sus ojos.
Pero entonces surgió la niña virgen. Vestida de comunión antigua y sonriendo como una mártir de los tiempos primeros, anunció la cizaña y la langosta:
-Recoged las mieses y guardad el trigo.
Los incrédulos abominaron de la nueva santa, pero al cabo de los siete días el sorgo devoró sus cosechas y el hambre mató en lo sucesivo a los vástagos. El pueblo atemorizado esperó la redención por las misas, los ruegos y las oraciones permanentes. Pero la niña virgen dijo:
-Venid a mí con una rama blanca y dos monedas de cobre el día de la luna llena. Quien no quiera será ciego.
Llegó el día señalado y todo el pueblo cumplió la atemorizada penitencia. Pero el mendigo ciego alzó la voz y las manos al aire:
-Señor, llévate a tu seno a los falsos profetas.
Y aquella noche la niña virgen apareció lívida y rígida con la sonrisa moribunda. Cuando acudieron al ciego en señal de venganza, se oyó desde el monte una voz rasgada y honda:
-¡Morid todos, infames, culpables únicos de la desgracia idólatra!
Y así fue como hoy, en este dia y en esta hora, el pueblo desierto es una tumba.
-Dentro de una semana todos los machos jóvenes que no sean hombres habrán de morir de fiebre negra.
El pueblo dirigió plegarias, entonó salmos y llenó la tumba de la maga de cirios ardientes y crespones de colores. Pero al cabo del tiempo señalado, encontraron el ácido sabor de la guadaña. Las madres desesperadas de los machos impúberes se golpearon el pecho y arrojaron tierra a sus ojos.
Pero entonces surgió la niña virgen. Vestida de comunión antigua y sonriendo como una mártir de los tiempos primeros, anunció la cizaña y la langosta:
-Recoged las mieses y guardad el trigo.
Los incrédulos abominaron de la nueva santa, pero al cabo de los siete días el sorgo devoró sus cosechas y el hambre mató en lo sucesivo a los vástagos. El pueblo atemorizado esperó la redención por las misas, los ruegos y las oraciones permanentes. Pero la niña virgen dijo:
-Venid a mí con una rama blanca y dos monedas de cobre el día de la luna llena. Quien no quiera será ciego.
Llegó el día señalado y todo el pueblo cumplió la atemorizada penitencia. Pero el mendigo ciego alzó la voz y las manos al aire:
-Señor, llévate a tu seno a los falsos profetas.
Y aquella noche la niña virgen apareció lívida y rígida con la sonrisa moribunda. Cuando acudieron al ciego en señal de venganza, se oyó desde el monte una voz rasgada y honda:
-¡Morid todos, infames, culpables únicos de la desgracia idólatra!
Y así fue como hoy, en este dia y en esta hora, el pueblo desierto es una tumba.